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viernes, 26 de febrero de 2016

Decepción.


El sol caía lento y rojizo sobre las lejanas tierras de Sodoma.
Lot, sentado sobre una colina a las puertas del pueblo, descansaba bajo la sombra de un sauce admirando el ocaso.
Era un hombre tranquilo y robusto de al menos un metro setenta de alto; se pasaba los días pastoreando un enorme rebaño propio y observando como su propia familia se reproducía como sus ovejas. En ese momento, mascaba una ramita del árbol y alisaba su larga barba entrecana, pensando en cuestiones cotidianas.
Una brisa fresca comenzaba a agitar las delgadas hojas de sauce y enfriaba los gruesos dedos de Lot anunciando el arribo de la noche.
Cansado, apoyó la espalda contra el tronco y se impulsó con las piernas para pararse. Se estiró bostezando sonoramente. Refregándose los ojos con la manga de la túnica, no llegó a dar un paso que se paralizó allí donde estaba: en pleno ocaso, veía brillar en la distancia a dos soles más con el fulgor blanco del mediodía.
Lot no pudo reprimir un gemido, mientras con los ojos bien abiertos vio acercarse a las esferas de luz a una velocidad alarmante.

Los ángeles aterrizaron en total silencio, impactando la llanura con la fuerza de una piedra arrojada desde una catapulta, levantando una espesa polvareda que escoció los ojos del pastor.

De al menos siete metros de alto; los mensajeros tenían la piel de un azul oscuro con rostros idénticos entre sí. Vestían ropas de viajero livianas, que refulgían en una gama de colores imposible desde sus escamas metálicas.
Lot consiguió recuperar el control de su cuerpo sólo para postrarse súbitamente ante ellos. Allí intentó dominar sus temblores e ignorar las gotas de sudor frío que caían desde su frente. Cuando pudo serenarse un poco, hizo reverberar su voz en el suelo, para decir:
Señores míos, por favor, acepten mi casa como la suya; allí los serviré, podrán lavar sus pies y seguir viaje.

La luz incandescente se apagó en un parpadeo. El hijo de Harán olía el pasto húmedo frente a sus ojos y al notar el cambio comenzó a levantar la cabeza lentamente.
Frente a sí, los ángeles habían tomado el aspecto de hombres comunes de frondosas barbas y melenas.
Un cristal en medio de sus cejas resplandecía con tornasolado fulgor. Lucían cuerpos similares al suyo, cubiertos por raídos pantalones y chaquetas.
Vamos a dormir en la plaza - respondió monocorde el de la izquierda. Ambos lo miraban con apatía.

Lot recordó cada palabra que Abraham le había enseñado sobre Dios y sus emisarios; por temor no podía permitir que durmieran a la intemperie, presa de los mosquitos y el frío.
Aún atónito ante aquella sobrenatural compañía, les insistió que durmieran en su morada al menos por esa noche.
Ambos seres asintieron con la cabeza.

El hogar de Lot era una casa cuadrada hecha con barro y bosta de oveja, los cuales aún podían olerse tenuemente.
Tenía un techo de paja y barro sobre vigas de madera de sauce, y algunas divisiones para las distintas familias que componían la suya propia.
Al cabo de unos minutos, los emisarios se habían lavado los pies y se disponían a descansar cuando la puerta de madera fue golpeada con fuerza varias veces.
Extranjero - gritaba una voz de hombre desde afuera - Queremos conocer a los hombres que te acompañan. Sacalos para que los veamos - dijo y fue secundado por los gritos de otros más.
El pastor se refregó las manos con temor. No entendía a qué venía ese súbito arrebato ni como sus vecinos pudieron haberse enterado de la llegada de sus huéspedes.
Los golpes continuaron al punto de volverse insoportables. La puerta sería arrancada de sus goznes de un momento a otro si seguían sacudiéndola así.
El hijo de Harán miró a los ángeles en busca de consejo. Aquel que fuera el de la izquierda le dijo con firmeza: abriles.

El ruido que hizo la puerta al descorrerse sus trabas, silenció a la muchedumbre que aguardaba ansiosa bajo el rocío.
Lot entreabrió el portal y salió cerrándolo tras de sí.
Hermanos míos - pidió - cálmense, no sea cosa de que hagan algo de lo que puedan arrepentirse.
Las miradas de sus interlocutores se tornaron hoscas. Algunos puños que asían antorchas o palos los apretaron más fuerte.
No tengo riquezas que puedan querer - continuó - sólo vivo con mi esposa y mis hijas. Agárrensela conmigo, pero no se metan con los dos hombres que aquí han entrado.

La multitud comenzó a gritar: Este extranjero tiene el valor de sentirse juez y decirnos que debemos querer y que no; vamos a destrozarte como no te corras ¡Salí del medio! - y se arrojaron contra Lot y la puerta violentamente.
En ese momento, los ángeles pasaron sus manos a través de las moléculas de la puerta y tomando al pastor por los hombros lo echaron hacia atrás, entrándolo.
El ángel de la izquierda tocó la frente de Lot, cuyas heridas y moretones se curaron instáneamente. El otro mensajero sostenía la puerta apenas apoyando su mano derecha. Con la izquierda hizo suavemente unos gestos en el aire. Acto seguido, el interior de la casa empezó a vibrar, y una luz intensa destelló al otro lado de la puerta.
Los golpes contra la puerta fueron cambiados por gritos desesperados de los atacantes, quienes ciegos se chocaban entre sí cambiando violencia por terror.

¿Quiénes más viven con vos? - comenzó a hablar el ángel de la izquierda -  Sean los que fueran, sacalos de la ciudad; nuestro señor está harto de este sitio y de su gente - hizo una pausa y agregó: - nos mandó a hacerla reventar desde la raíz.
Azorado, Lot cayó de rodillas ante sus invitados tratando de entender lo sucedido.

¡Ya! - Tronó el ángel de la derecha haciendo oír su voz por primera vez. El pastor volvió en sí y salió corriendo a las habitaciones de su esposa y sus hijos.
Allí les transmitió lo que los mensajeros habían dicho. Sus yernos no le creyeron hasta ver la desesperación en los ojos de Lot, que siguió pregonando a los gritos que la destrucción se acercaba.
Volvió jadeando y con la cara enrojecida al centro de su hogar, donde los seres aún permanecían parados en la misma posición en los había dejado.
No vaciles hijo de Harán - comenzó el de la izquierda - agarrá a tu esposa y tus hijas y salgamos ya mismo de acá; tomá todo lo que puedas y volvé. Nada podremos hacer con los que no nos crean.

Quince minutos después, la familia de Lot se había reunido alrededor de los ángeles. Algunos llevaban gallinas en las manos, y otros reunían a las ovejas que tenían en la parte trasera de la casa.
Nos vamos - dijo el ángel de la izquierda, e súbitamente aparecieron todos a las afueras de Sodoma. Vayan en dirección al monte y salven sus vidas.
Pero señor - suplicó Lot - no llegaremos a tiempo al monte cuando la ciudad sea destruída. Salvá al pueblo de Zoar que queda más cerca, para que podamos refugiarnos allí.

Te concedo eso - respondió el ángel seriamente y agregó - no tarden, váyanse ya mismo a Zoar que la hora del final está casi sobre nosotros. Pase lo que pase y oigan lo que oigan  no miren hacia atrás.El pastor agradeció a los mensajeros con lágrimas en los ojos, y arengó al resto que murmuraba aún atónito.
Lentamente, el grupo se dirigía hacia la cercana tierra de Zoar; a una hora a pie.

Los ángeles los observaron en silencio mientras se alejaban en el horizonte.
Una vez que perdieron de vista al grupo, se elevaron sobre el centro de la ciudad recuperando su forma original. El viento empezó a soplar feroz en cada calle y a través de los seres, quienes miraban hacia abajo.
El ángel de la derecha volvió a hacer una serie de gestos con sus manos, mientras murmuraba una letanía ininteligible.
El de la izquierda observaba sin un ánimo particular.

El cielo comenzó a abrirse sobre Sodoma, rasgándose la negrura de la noche, dejando entrever una ciudad de engranajes dorados y seres de descomunal tamaño e imposible descripción, que vigilan los mundos con sus millones de ojos.
La destrucción sola no alcanzaba, los pecadores habrían de ser testigos de ella.
Todo el pueblo de Sodoma fue transportado al centro de la ciudad donde, sin poder moverse, asistían a la visión con los ojos desencajados y las gargantas cerradas.
Aquellos vecinos de Lot que habían sido cegados recuperaron la vista, y presenciaban lo que sucedería de la misma forma que los demás.

Desde lo más lejano de esa titánica ciudad celestial, emergió un torbellino de fuego que impactó contra el suelo con la gracia de un rayo.
El tronar de la explosión sacudió los cimientos del planeta y fue oído en cada rincón del universo.
La aniquilación de los pueblos de Sodoma y Gomorra fue total. Dentro del pilar de fuego cada casa, cada planta, cada animal, cada objeto fue desintegrado subatómicamente. Las almas mismas de los seres vivos, cúmulos de energía sin masa, fueron consumidas por la Rabia hasta el último ápice.

La compañía de Lot se acercaba a Zoar cuando se oyó el estallido.
Gritaron con todas sus fuerzas pensando que morirían; pero nada pudieron oír excepto el clamor de la venganza que aquella llamarada profería.
Una ráfaga de viento ardiente los alcanzó casi al instante, haciéndolos volar por el aire como pelos de un diente de león al ser soplado.
Cada parte de sí mismos, de la tierra, de los mares y del cielo gritaba roncamente. Un alarido de dolor propios de un dios, que partía la tierra consumido por la decepción.
Sólo Edith, esposa de Lot, se sobrepuso al terror. No podía entender como un dios, que al igual que ella había dado vida, podría aniquilar a sus propios hijos sin darles una segunda chance: sin que siquiera le temblara el pulso; por lo que miró hacia atrás para asegurarse de que fuera real, desoyendo la única orden que los ángeles les habían impartido.

El pastor a ver que Edith, parada delante suyo, se volteaba a mirar, se arrojó sobre ella gritando para evitar que lo hiciera.
Cerró los ojos y cayó sobre su esposa, atravesándola.

Todo esto no duró más que un segundo.
El resplandor y el alarido desaparecieron, y el sol comenzó a erguirse en el horizonte, sobre Zoar.
El silencio cayó pesado sobre toda la Tierra.

Lot yacía inconsciente sobre las ropas de Edith, con la cara y el cuerpo tiznados de un polvo blancuzco:
Cenizas.


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4 comentarios:

  1. Muy bueno, Facu.
    Se nota la investigación previa (o a la par...) de la redacción, cuestión que le genera credibilidad al relato. Y con un gran final.
    ¡Saludos!
    P.D.: si andás con ganas de leer, te dejo un par de relatos por el estilo siguiendo los links:
    http://thejuanitosblog.blogspot.com.ar/2012/12/sal-de-ahi.html
    http://thejuanitosblog.blogspot.com.ar/2013/05/el-sueno-de-samuel.html

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    1. Tenía abierta una biblia electrónica que me iba contando - pasaje a pasaje - como fue el asunto.
      El resto es cosecha propia.

      ¡Joya! Ahora les pego una leída.

      ¡Abrazo grande y gracias por pasar!

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  2. El tener una vaga idea de los hechos bíblicos que llevaron a la mujer a convertirse en sal hace que este relato (como bien señaló Juan) se creíble.
    Un muy buen trabajo, Facu.
    Saludos.

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    Respuestas
    1. No quise dejar ningún detalle de la historia clásica sin contar, el resto es imaginación y ganas.

      Gracias por pasar y leer.
      ¡Te mando un abrazo!

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