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miércoles, 12 de noviembre de 2014

Sin palabras




Afasia expresiva: la que involucra dificultad para transmitir los pensamientos a través del habla o la escritura. El paciente sabe qué quiere decir, pero no puede encontrar las palabras que necesita.

Pero no puede encontrar las palabras que necesita – repitió Miguel interiorizando una angustia que cada vez ganaba más terreno en él.

No era la primera vez que padecía episodios de afasia, de hecho todas las veces anteriores habían ocurrido por hablar demasiado rápido, sin pensar, y no había durado más que la frase dicha.
Pero ahora es distinto.
Ya van tres semanas en las que sabe que está perdiéndose. La conversación, un don tan habitual en él, se ha vuelto casi un desafío con el correr de los días.

Nervios no pueden ser, sería cuestión de calmarme para poder decir lo que quiero y así y todo no pasa – le dijo a su novia por teléfono y completó: – estoy asustado.
Pero amor, date cuenta, me acabás de decir toda una frase de corrido y no hiciste ninguna pausa. ¿Ves? Nervioso no es ni de lejos – le contestó ella.
No, no entendés, yo estoy tranquilo cuando hablo pero, es como si… - hizo una pausa – me quedara en blanco, vacío; así y todo yo sé lo que quiero decir, eh, no es como si perdiera la memoria, es simplemente no poder decir las cosas que tengo que decir.
Uy que garrón, gordo, andá al médico entonces para sacarte la duda.
Se saludaron y cortó.

De esa llamada habían pasado ocho días y se percibía cada vez peor.

Desde comprar un chicle en el kiosco hasta averiguar sobre el destino de un expediente en su trabajo, las palabras se le escapaban como si jugaran a la mancha; tanto, que en su imaginación las visualizaba como chicos de diferentes razas y edades corriendo por todos lados, muertos de risa.
Es ridículo, son palabras ¿Qué tienen que ver los pibes en esto? – se censuraba a sí mismo tratando de mantenerse unido a un hilo de pensamiento; de evitar la pérdida de más contenidos, de más ideas.
¿Y si era un tumor? Imposible, su cabeza tenía la misma forma todos los días y no sufría de ningún tipo de dolor, sólo de la fuga descontrolada de las palabras que lo deprimía cada vez más.

Te pasa por leer demasiado, boludo, ya no hay más espacio para nada en esa cabeza y se te rebalsa todo lo que sabés – le dijo un amigo riéndose, tratando de levantarle el ánimo.
Callate forro – se rió contagiado – si es así a vos no te va a pasar nunca, ¿No?
Claaroo, sanito sanito yo.

¿Usted recuerda algún episodio en el que haya sufrido alguna especie de golpe en la cabeza?
No, Doctor, nada muy grave. Recuerdo... haberme golpeado la frente contra el piso en una clase de Expresión corporal en mitad de un movimiento de espiral a ras del piso casi; que me golpeé un poco la cabeza pero... no estaba tan lejos del suelo... digamos que a unos… qué sé yo… ¿Diez centímetros más o menos? – Miguel se quedó en silencio escrutando el rostro del médico que lo miraba inexpresivo, tratando de no dejarse llevar por los nervios – hizo mucho ruido y me vibraron hasta los dientes, pero…
… Pero hizo ese ruido porque tengo la cabeza dura, doctor, de hecho soy de huesos muy sólidos; ja, si supiera… me he pegado cada golpe terrible  y nunca me los quebré ni nada…Emmm, eso. No creo que haya sido nada, ehh… serio ¿Me entiende?

Salió del consultorio bastante más confundido de lo que entró y con una orden para una tomografía en la mano.  
¿Qué carajo me pasa? Esto se pone cada vez más jodido. Al menos todavía puedo escribir, podría manejarme por mensaje de texto o con notitas.Podría... no. Dejá de volar Miguel, lo que pensás es ridículo, mejor concentrate en lo que vas a decir. Eso. Tomalo con calma que sino es peor.

Cruzó la calle y espero el colectivo.
Ahí viene, repasemos: Buen día, tres pesos por favor. Sí, hasta Méndez y Eva Perón. Gracias.
 Ya dentro de sí, todo su cuerpo comenzó a temblar. Su corazón latía desbocado, sus manos sudaban como si el agua huyera aterrorizada de su cuerpo; y con los ojos dilatados por el silencio y el horror intentó explicarle al chofer donde se dirigía.


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